Amigos pies
Entre los indios de América del Norte el nombre de Pies Ligeros no se confería únicamente a quienes expresaban un dinamismo mental y físico digno de ese apelativo. También era un cumplido, una alabanza ofrecida a quienes llevaban su cuerpo por el mundo con gracia, elegancia y sigilo. Un calzado como los mocasines se inventó para esa clase de pies, o bien para acelerar y dinamizar las plantas más pesadas. Entre los bambara de Africa es común la creencia de que el embrión humano empieza a formarse a partir del pie del feto, así como los vegetales comienzan a crecer por su raíz. Inscrito en un rectángulo más largo que ancho, los chinos atribuían al pie la forma geométrica cuadrada asignada a la tierra, e-inversamente-la casi esfericidad del cráneo sugería a sus sabios la forma convexa de bóveda celeste.
Existen muchos proverbios que relacionan la anatomía con el funcionamiento de los pies según sea su edad. En Sudamérica y en los Andes se dice: ´´El mucho andar hace hablar a los pies´´, quizá debido a los rápidos chasquis o mensajeros de los incas que recorrían miles de kilómetros para intercambiar noticias entre los distintos suyos o parcelas geográficas del imperio. ´´Pies fuertes, vejez estable´´, dicen los búlgaros. «Pies anchos, pensamiento inquieto´´, sostienen los árabes. El rito del lavado de pies que todavía hoy el Papa repite con los obispos, fue evocado por Jesús (existía antes de que él viniese al mundo), para recordar a los creyentes que, cuando lo más alto baja, lo más bajo sube. Es en memoria de la exhortación que Dios le hace a Moisés en la Biblia, y en la tierra santificada por su manifestación, que aún hoy los musulmanes se quitan el calzado para entrar a las mezquitas. En muchos relatos populares los pies son hermanos gemelos que, inseparables como Cástor y Pólux, los dióscuros, tienen que ponerse rítmicamente de acuerdo en el andar, ya que si no lo hacen el resto del cuerpo desfallece y puede desmoronarse en el tropiezo de la inestabilidad.
El sinólogo Lin Yutang hizo una defensa apasionada del rito chino, ancestral por cierto, de vendar los pies de las mujeres, costumbre que comparó al velo que cubre el rostro de las mujeres árabes y persas. Convertido en objeto erótico, el pie debía, para los chinos, ser cuanto más pequeño más seductor. Al acentuar el dimorfismo sexual entre varón y hembra, los anatomistas asiáticos se aseguraban también de que la mujer caminara detrás del hombre (aunque sin vendajes, esa costumbre también es de rigor en el altiplano de Bolivia), pues sólo el hombre posee el atributo y en cierto modo el don de la velocidad, ya que si una mujer fuera acelerada descuidaría los detalles de su casa o su jardín, estropearía su cocina y pasaría por alto las necesidades de sus hijos. Así como el regazo femenino es un reposo, una reconfortante quietud, la velocidad masculina es un cumplimiento, una proyección hacia lo inestable. El místico Dionisio Areopagita, al comentar los pies alados de Mercurio, considerándolos un signo de la vivacidad del alma, los comparaba con las andanzas y viajes de los apóstoles, que hoy estaban aquí y mañana allí, movidos por el Espíritu Santo. Pero los pies alados de la mitología griega, situados en el polo opuesto a los hinchados de Edipo ( oedi-pous significa, en griego, pies hinchados), y contrariamente a los bien ubicados Pies Ligeros de los indios norteamericanos, suaves sobre la suave pradera, señalan una ligereza aérea ajena a la gravedad del mundo, puesto que tener alas en los pies es no tener, ya, los pies en el suelo. Tan edípica resulta, sin embargo, nuestra relación con la madre tierra, que al viajar en avión se nos hinchan los pies y percibimos cuánta nostalgia llegan a sentir sus plantas de su habitual punto de apoyo.
Una famosa frase del niño-viejo Lao Tsé, padre del taoísmo, a propósito de los ´´mil caminos que nacen bajo los pies´´, pareciera complementarse con otra de su discípulo Chuang Tsú, quien dijo: ´´El sabio que camina que no deja huellas´´. En primer lugar, está la capacidad humana de escoger, de ejercer lo que Sartre llamaba ´´una libertad en circunstancias´´. Luego, decidido el camino, no dejar huellas en su decurso indica estar exento de mal karma. Iniciar cada una de nuestras acciones como si fueran las últimas que nos toca hacer. En la famosa estatua del arte greco-búdico llamada El milagro de Sravasti vemos cómo el iluminado se eleva por los aires mientras que de sus hombros salen rayos de fuego y de sus pies mana abundante agua. Elementos que, opuestos, al conciliarse en un mismo ser indicarían que el maestro seguía dos cursos paralelos y simultáneos, ascendiendo por el fuego a los niveles más altos y descendiendo por el agua hasta los seres más humildes con el fin de beneficiarlos. Mediante el fuego impartía conocimiento; señalando los cursos de agua, gracia y piedad. Esa misma complementariedad la conoce nuestra tradición por el doble bautismo: uno al comienzo de la obra (en la infancia, cuando todavía no apoyamos los pies) y otra al fin (cuando sabemos en qué dirección mirar y hemos hallado el punto de vista que nos corresponde).
La importancia que el tercero de los patriarcas hebreos tiene para la tradición es indivisible de su doble nombre: en efecto, Jacob/Israel puede leerse también como el destino de un ser que viaja de los pies a su propia cabeza. En principio porque ekeb, palabra de la que procede Jacob, señala el talón del pie; y luego porque rosh , voz que significa cabeza, se inscribe en el interior del nombre Israel. De tal periplo simbólico, de tal travesía que lleva el pie a ser consciente de su propia cabeza, estaría dando cuenta aún hoy el Camino de Santiago, cuyo itinerario culmina en el Pórtico de la Gloria en el momento en que el viajero toca con su frente la columna central en la que está, majestuosa, medio comida por el tiempo, la faz del maestro constructor.
Una deliciosa leyenda china relata que en las laderas del monte Tao-ying, allí donde el inmortal P’ong-tsu apoyó sus pies, suele posarse una luciérnaga llamada Ming que canta la canción de la Rotación de las Estrellas. Quien la ve comprende que nada está nunca en el mismo lugar, pero también que sus pies son-en ese momento-los de P’ong-tsu, y el brillo de sus ojos heredero del fulgor de la luciérnaga. Cuando eso ocurre experimenta un cosquilleo que va del talón al dedo gordo de cada pie, y desde el empeine a las uñas. Si acaso está cansado, sentirá que sus sandalias, babuchas o botas, están cosidas con el fulgor de los cometas, y si está descalzo verá que entre la estructura de sus pies y la del monte no hay diferencia. Sus dedos serán raíces, su vellocidad musgo y el temblor agradecido de las rodillas la señal que el cielo envía a la tierra para celebrar sus amores.
Mario Satz
Una respuesta a “Amigos Pies.”
Quê maravilla! Es un gozo y un regalo habr encontrado a Mario Satz y con él sus palabras, su fuego y su agua. Mi gratitud al Maestro , y a la Vida toda. Gracias!