Acerca del blanco

8 enero, 2016

En casi todas las latitudes el blanco ha sido el color de las iniciaciones, el fin que perseguía el tornasol emocional de la mente; de ahí que cándido (inocente, noble, puro) y candidato( a experimentar los misterios), procedan ambos del latín candidus, el cual, a más de referirse al citado color, indicaba algo deslumbrador, de una belleza radiante, algo feliz y sereno. Apaciguado tono en el que los demás colores hallan refugio. La expresión candidus procedería, a su vez, de candeo: brillante, candente, que emana mucho calor. Nos hallamos, obviamente, ante un parentesco que procede de la fenomenología del fuego, el cual emblanquece lo que toca cuanto más intenso es, llevando todas las fases del rojo y del naranja, claridad tras claridad y acelerando el torbellino de electrones hacia la luz original de la que, por otra parte, todo procede. La Biblia, recordemos, registra la impresionante Transfiguración de Jesús en Lucas 9:29 concediéndole el valor iniciático del blanco. ´´Y entretanto que oraba la apariencia de su rostro se hizo otra y vestido blanco y resplandeciente´´. En esa experiencia de metamorfosis, la filiación espiritual con la fuente lumínica que lo alimenta pareciera concederle un tránsito por lo ilimitado, aquello que es sin fronteras y cuya fosforescencia es tan intensa que los discípulos no puede precisar dónde empieza el individuo que llaman Jesús y dónde acaba su ardiente fusión con el universo. A partir de esa escena paradigmática, el blanco será metáfora, para los Evangelios, de todos aquellos que han vencido(¿a la muerte?), que han triunfado en su camino de realización´´. El que venciere, dice el Apocalipsis 3:5-´´será vestido con vestiduras blancas y no borraré su nombre del libro de la vida.´´ Entre los griegos ése era, también, el color que vestían los pitagóricos los días de sus juramentos. Le correspondía la unidad y, ciertamente, el blanco agrupa y sintetiza todos los matices de la luz cuando éstos retroceden de lo visible a lo invisible. Virgilio describe en sus Geórgicas ( III,391 )a Pan, dios de la ´´totalidad´´, tan blanco como la nieve más pura. Deidad de la energía libidinal, pero también de la luz creadora, Pan epitomiza toda aparición súbita, todo resplandor vibrante ( como en el orgasmo), y promueve la idea de la vida como sorpresa y maravilla constante. Portal relaciona, por su parte, el anglosajón white ( blanco ), con wise (sabio), pues sospecha que en los colegios druidas, allí donde los iniciados eran poetas, se les enseñaba a servir a la Triple Diosa a través de su espejo temporal. Sabio en blancura, el bardo debía serlo, además, en todas las fases y proyecciones de la luz.

Kandinsky vio en el blanco una alusión cromática al silencio total, pero lo mismo podría decirse del negro. En realidad ambos extremos, blanco y negro, precisan de la mudez de la muerte o de aquella que la iniciación exige a sus neófitos antes y después de ser admitidos en el ritual. No se puede hablar de la totalidad, pues hacerlo es ya parcializarla, desmembrarla. En la fase llamada albedo por los alquimistas éstos tenían la obligación de guardar silencio. ´´Cuando el blanco-escribe Dom Pernety-sobreviene en la materia de la Gran Obra, la vida ha vencido a la muerte, la Tierra y el Agua se han convertido en Aire. . .y la materia ha adquirido tal grado de fijación que el fuego no puede destruirla.´´ En los círculos herméticos del siglo XVI solía decirse que cuando un artifex u operador alquímico veía la blancura perfecta, había llegado el momento de quemar los libros porque éstos ya no eran útiles. Al reconstruir ideográficamente el signo chino con el que se alude al color blanco, bài , Fazzioli descubre que su origen está en la salida del primer rayo de sol, al alba. Pero también nos aclara que en China ése es, aún hoy, el color del oeste y de la muerte, probablemente por la palidez de los cadáveres y la blancura de los huesos de los esqueletos. Igualmente confieren, los aztecas, al blanco el oeste, cuya mansión mítica tenía como habitante supremo al colibrí, dueño simbólico del principio y el fin de la luz porque prefiere volar a las horas del alba y del crepúsculo.

En ciertas regiones de Africa el blanco aparece en las ceremonias y los ritos de paso hacia la vida adulta: pintados con un blanco mate extraído del caolín, los jóvenes se apartan del cuerpo social y permanecen aislados hasta que llegan a comprender la nada poderosa de la que venimos-el color diamantino de las estrellas-, y hacia la que, por fin, regresaremos. Reintegrados de nuevo al seno de la tribu, borrado el blanco, pintarán su rostro de rojo aceptando así el sacrificio y la alegría de vivir.    Esta substracción por el blanco no es irrisoria: supone una muerte fingida que prefigura la real. Muestra, al fin y al cabo, aquello que los tibetanos llaman ´´la clara luz del discernimiento´´, luz a seguir tras el bardo o estado intermedio entre dos reencarnaciones. Tal luz, blanco dorada, debe buscarse y seguirse para alcanzar en ella la iluminación definitiva, aquella que por fin nos conduzca, como un iniciado o bôdhisattva, al ´´asiento de diamante´´: el bôdhimanda desde el cual la serenidad, la paz y la beatitud premien todos nuestros esfuerzos y trabajos con el don de la equidistancia y la virtud de la ecuanimidad. Ah, los colores del espectro solar, joyas en fuga, viajeros de la felicidad. El Ser no aparece, pero, en sus cromáticos disfraces, promete advenimientos para el asombro y encanto de nuestros ojos. Ah, los colores del espectro, franjas de esperanza y diversidad, entidades de ensueño. La luz descuartiza sus propósitos para crear el universo, y en su desmembramiento cromático, como una especie de esperma óptico fecunda el espacio con matices prodigiosos.

Mario Satz

Publicado en: Libros, Taller de Kabála

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